En la actualidad el niño superdotado posee una clasificación que no tiene comprobación científica, pero que en el mundo de los que se rigen por la medicina natural, o el esoterismo, se denomina "índigo". Según una variada y ecléctica bibliografía sobre el tema son la generación de niños
que está naciendo en el presente. La teoría sostiene que los nuevos niños estarían llegando con una estructura cerebral diferente, gran intuición, sensibilidad extrema y energía en exceso. Son pequeños a los que les resulta prácticamente imposible adaptarse a los modelos educativos tradicionales, muy creativos, tienen facilidad para comunicarse mentalmente con los animales, poseen una importante fragilidad emocional y habilidades innatas para la sanación y la telepatía. Se los llama niños de las estrellas, como también niños acuarianos, o bien -y ésa es la denominación más frecuente-, niños índigo. Índigo, porque así es el color del campo energético que de ellos emana.
Este color índigo hablaría de su alta frecuencia vibratoria y de un código genético diferente. Sabemos, además, que para los orientales el índigo identifica al así llamado tercer ojo. Ese centro, ubicado en el entrecejo es el chakra de la clarividencia y de la mirada interna que va hacia las profundidades del ser, ya que como bien dijo el Principito, "lo esencial es invisible a los ojos.
Estos niños son independientes y rebeldes, seguros de sí mismos, con un sentido muy nítido de su identidad y están conscientes de tener una misión que cumplir. Su misión sería, ni más ni menos, que la de cambiar la raza humana, construir una raza más pacífica, más sensible, menos autoritaria y manipuladora. Estos "locos bajitos" (como dice Serrat) nacen sabiendo computación, quieren hablar por teléfono a los dos años, o nos dan respuestas tan adultas que nos dejan boquiabiertos. La destreza en el piano y el ajedrez son disciplinas en las que estos niños superdotados suelen demostrar su talento a edades muy tempranas.
En la década del 90 (cuando se comienza a tener conciencia de este fenómeno), el cine se ha acercado a este tema en varias ocasiones con acertadas propuestas: “El pequeño Tate” (Jodie Foster, 1991), “En busca de Bobby Fischer” (Steven Zaillian, 1993), y “Shine” (Scott Hicks, 1996). Fredi M.Murer nacido en 1940 en Backenried, cerca del lago de Lucerna, filma su primer largometraje de ficción ”Grauzone”, en 1979, una metáfora compleja y refinadísima de la sobre la influencia orweliana. Le siguen “Hohenfeur” (1985) que narra los amores incestuosos de dos hermanos aislados del mundo, “Der grüne Berg” (1990), “Vollmond” (1998) e “Downtown Switzerland” (2004), retoma con “Vitus” (2006) la serie de personajes extraños que caracteriza su filmografía.
“Vitus” es un filme que aborda el tema del niño genio y narra su historia. Vitus, que así se llama el personaje, en su primer cumpleaños deslumbra a los invitados acometiendo en un piano electrónico que le regaló su madrina, casi sin cometer errores, el tema del cumpleaños feliz que le cantaron. Esta secuencia grabada en video doméstico por su padre y excelentemente utilizada en la narración de la película (como todas las subsiguientes), marca la obsesión de su madre, por convertirlo en un prodigio, en un fenómeno con el que asombrar al mundo y conseguir a través de él un reconocimiento social. Su padre, ingeniero en una empresa de audífonos, asiste pasivamente a la paulatina insubordinación de su hijo hacía el sistema educativo y de entrenamiento al que le obliga su posesiva madre.
El pequeño Vitus busca alternativas para escapar de las imposiciones maternas. Una de ellas es Isabel, la adolescente que lo cuida y con la que se divierte tocando rock&roll en el piano, mientras ella imita a sus estrellas favoritas. Su madre al descubrir esa cómplice insospechada, que lo aleja de sus rigurosos estudios, lo aparte de ella. El niño, sin embargo, encuentra un refugio protector en la comprensión de su abuelo (Bruno Ganz, veterano actor suizo cuya magnifica actuación que consigue llenar la pantalla sólo con su interpretación), un carpintero viudo y jubilado, que toda su vida ha soñado con establecerse en un universo diferente. Su pasatiempo es construir maquetas aladas, magnífica metáfora para estos dos personajes que desean escapar de ese mundo hostil que no los comprende. En cierto modo el abuelo predispone al espectador hacia la metáfora de un Ícaro infantil. Es una suerte para Vitus tener de su parte a ese adorable abuelo con el que se puede entender sólo con la mirada, siempre con tiempo para prestarle atención, charlar, jugar al ajedrez e inventar historias. Nunca lo agobia ni da sermones. Él le enseña a disfrutar de las cosas sencillas de la vida, a encontrar su estrella y seguirla, a despegar del suelo y ser libre aunque ello implique algunos riesgos. Las relaciones entre ambos, llenas de afecto y complicidad, con relámpagos de potente ternura, se articulan en una trama que circula peligrosamente por contornos melodramáticos sin caer en los golpes bajos que prefija este tipo de género.
Bruno Ganz hace que los dos jóvenes actores que encarnan a Vitus se sientan a gusto en su compañía, y obtiene de ellos las escenas de mayor intensidad humana con sorprendente naturalidad. El carácter despierto del pequeño Fabrizio Borsani y sus grandes ojos dan vida al Vitus de seis años, unas veces locuaz e interesado por todo, otras silencioso y enigmático como si su cerebro funcionase a mil revoluciones por senderos desconocidos.
Por su parte, el virtuosismo al piano de Teo Gheorghiu –de doce años y con importantes premios internacionales en la vida real–, y su sorprendente desparpajo para moverse ante la cámara arrancan momentos de lograda empatía con el espectador. La obra está dividida en dos partes: en la primera, con un excelente giro del guión, se cuenta como el pequeño protagonista (Fabrizio Borsani, que encarna a Vitus de seis años engaña a familiares y maestros al dejar, por un accidente, de ser superdotado para convertirse en "normal"; y la segunda, donde éste resuelve la bancarrota familiar y ayuda a su abuelo a conseguir el sueño de pilotear su propio avión.
“Vitus” es un filme es un filme curioso, diferente y emotivo, en el que más allá de señalar las dificultades que presenta la vida de un niño superdotado muestra una maravillosa relación entre nieto y abuelo. Ahonda en el tema de cómo esta criatura solitaria intenta cambiar el destino que sus padres le fijaron por lo que realmente le dicta el corazón. Evidencia la imposición de los padres en establecer un mandato familiar en detrimento de la vocación, la voluntad y la necesidad de buscar el propio goce. Posee una banda sonora excepcional que acompaña delicadamente cada giro de la historia de manera exquisita.
En síntesis, el espectador podrá disfrutar de una estupenda realización realizada con pulso firmísimo por el suizo Fredi M. Murer que hace de la neutralidad una virtud al narrar la historia con ausencia total de dramatismo y grandilocuencia, sin concesiones al público que espera personajes extremos, logrando la credibilidad que otras historias del mismo asunto no han conseguido. (Beatriz Iacoviello) Publicada en El rincón de El cinéfilo * * * * * * * * *
Estos niños son independientes y rebeldes, seguros de sí mismos, con un sentido muy nítido de su identidad y están conscientes de tener una misión que cumplir. Su misión sería, ni más ni menos, que la de cambiar la raza humana, construir una raza más pacífica, más sensible, menos autoritaria y manipuladora. Estos "locos bajitos" (como dice Serrat) nacen sabiendo computación, quieren hablar por teléfono a los dos años, o nos dan respuestas tan adultas que nos dejan boquiabiertos. La destreza en el piano y el ajedrez son disciplinas en las que estos niños superdotados suelen demostrar su talento a edades muy tempranas.
En la década del 90 (cuando se comienza a tener conciencia de este fenómeno), el cine se ha acercado a este tema en varias ocasiones con acertadas propuestas: “El pequeño Tate” (Jodie Foster, 1991), “En busca de Bobby Fischer” (Steven Zaillian, 1993), y “Shine” (Scott Hicks, 1996). Fredi M.Murer nacido en 1940 en Backenried, cerca del lago de Lucerna, filma su primer largometraje de ficción ”Grauzone”, en 1979, una metáfora compleja y refinadísima de la sobre la influencia orweliana. Le siguen “Hohenfeur” (1985) que narra los amores incestuosos de dos hermanos aislados del mundo, “Der grüne Berg” (1990), “Vollmond” (1998) e “Downtown Switzerland” (2004), retoma con “Vitus” (2006) la serie de personajes extraños que caracteriza su filmografía.
“Vitus” es un filme que aborda el tema del niño genio y narra su historia. Vitus, que así se llama el personaje, en su primer cumpleaños deslumbra a los invitados acometiendo en un piano electrónico que le regaló su madrina, casi sin cometer errores, el tema del cumpleaños feliz que le cantaron. Esta secuencia grabada en video doméstico por su padre y excelentemente utilizada en la narración de la película (como todas las subsiguientes), marca la obsesión de su madre, por convertirlo en un prodigio, en un fenómeno con el que asombrar al mundo y conseguir a través de él un reconocimiento social. Su padre, ingeniero en una empresa de audífonos, asiste pasivamente a la paulatina insubordinación de su hijo hacía el sistema educativo y de entrenamiento al que le obliga su posesiva madre.
El pequeño Vitus busca alternativas para escapar de las imposiciones maternas. Una de ellas es Isabel, la adolescente que lo cuida y con la que se divierte tocando rock&roll en el piano, mientras ella imita a sus estrellas favoritas. Su madre al descubrir esa cómplice insospechada, que lo aleja de sus rigurosos estudios, lo aparte de ella. El niño, sin embargo, encuentra un refugio protector en la comprensión de su abuelo (Bruno Ganz, veterano actor suizo cuya magnifica actuación que consigue llenar la pantalla sólo con su interpretación), un carpintero viudo y jubilado, que toda su vida ha soñado con establecerse en un universo diferente. Su pasatiempo es construir maquetas aladas, magnífica metáfora para estos dos personajes que desean escapar de ese mundo hostil que no los comprende. En cierto modo el abuelo predispone al espectador hacia la metáfora de un Ícaro infantil. Es una suerte para Vitus tener de su parte a ese adorable abuelo con el que se puede entender sólo con la mirada, siempre con tiempo para prestarle atención, charlar, jugar al ajedrez e inventar historias. Nunca lo agobia ni da sermones. Él le enseña a disfrutar de las cosas sencillas de la vida, a encontrar su estrella y seguirla, a despegar del suelo y ser libre aunque ello implique algunos riesgos. Las relaciones entre ambos, llenas de afecto y complicidad, con relámpagos de potente ternura, se articulan en una trama que circula peligrosamente por contornos melodramáticos sin caer en los golpes bajos que prefija este tipo de género.
Bruno Ganz hace que los dos jóvenes actores que encarnan a Vitus se sientan a gusto en su compañía, y obtiene de ellos las escenas de mayor intensidad humana con sorprendente naturalidad. El carácter despierto del pequeño Fabrizio Borsani y sus grandes ojos dan vida al Vitus de seis años, unas veces locuaz e interesado por todo, otras silencioso y enigmático como si su cerebro funcionase a mil revoluciones por senderos desconocidos.
Por su parte, el virtuosismo al piano de Teo Gheorghiu –de doce años y con importantes premios internacionales en la vida real–, y su sorprendente desparpajo para moverse ante la cámara arrancan momentos de lograda empatía con el espectador. La obra está dividida en dos partes: en la primera, con un excelente giro del guión, se cuenta como el pequeño protagonista (Fabrizio Borsani, que encarna a Vitus de seis años engaña a familiares y maestros al dejar, por un accidente, de ser superdotado para convertirse en "normal"; y la segunda, donde éste resuelve la bancarrota familiar y ayuda a su abuelo a conseguir el sueño de pilotear su propio avión.
“Vitus” es un filme es un filme curioso, diferente y emotivo, en el que más allá de señalar las dificultades que presenta la vida de un niño superdotado muestra una maravillosa relación entre nieto y abuelo. Ahonda en el tema de cómo esta criatura solitaria intenta cambiar el destino que sus padres le fijaron por lo que realmente le dicta el corazón. Evidencia la imposición de los padres en establecer un mandato familiar en detrimento de la vocación, la voluntad y la necesidad de buscar el propio goce. Posee una banda sonora excepcional que acompaña delicadamente cada giro de la historia de manera exquisita.
En síntesis, el espectador podrá disfrutar de una estupenda realización realizada con pulso firmísimo por el suizo Fredi M. Murer que hace de la neutralidad una virtud al narrar la historia con ausencia total de dramatismo y grandilocuencia, sin concesiones al público que espera personajes extremos, logrando la credibilidad que otras historias del mismo asunto no han conseguido. (Beatriz Iacoviello) Publicada en El rincón de El cinéfilo * * * * * * * * *