Historia de traición, odio y mentiras.
Petróleo sangriento (There Will Be Blood, Estados Unidos/2007). Guión y dirección: Paul Thomas Anderson. Con Daniel Day-Lewis, Paul Dano, Ciarán Hinds, Dillon Freasier y Kevin J. O Connor. Fotografía: Robert Elswit. Música: Jonny Greenwood. Edición: Dylan Tichenor. Diseño de producción: Jack Fisk. Producción hablada en inglés con subtítulos en castellano y presentada por Disney. Duración: 158 minutos.
El realizador Paul Thomas Anderson con un antecedente de cinco interesantes filmes previos (Cigarettes & Coffee (1993), Sidney (1996), Boogie Nights: Juegos de placer(1997) ; Magnolia (1999) y Punch-Drunk Love, 2002), orada la tierra de California a principios del siglo XX en Petróleo sangriento (There Will Be Blood, Estados Unidos/2007), para hacer estallar en la retina del espectador una cinta sucia, oscura y grasienta como el petróleo que su protagonista rastrea. Anderson toma como base la novela de Upton Sinclair, “Oil”, pero a la vez hace referencias a la novela de Frank Norris, “Mac. Teague” (1899), que en su momento llevó al cine Erich von Stroheim con el título de “Avaricia”, y en algunos tramos a elementos de “El gran Gatsby” de Scott Fitzgerald, dirigida por Elliott Nugent (1949).
Anderson abre su historia en 1898, más cerca de la novela de Norris que de la de Sinclair, que comienza en la primera mitad del siglo XX hasta la Primera Guerra Mundial. Con gran habilidad realizó una adaptación en que mezcla estas novelas y pone de relevancia el denominador común en ellas: avaricia y codicia extrema.
Las primeras imágenes de la película enfocan un páramo yermo y un agujero, profundo, oscuro, en cuyo fondo se ve la masa informe de un extraño espectro que se mueve en las sombras y mudo. Dentro del pozo los picos del hombre producen extraños sonidos, él se aprieta al suelo como una rata que roe la suciedad. Luego de una explosión aparece el sobreviviente con una veta de plata en su mano, de allí en más será: Daniel Plainwiew el codicioso buscador de los tesoros que brinda de modo natural las profundidades de la tierra. La genial fotografía de Robert Elswit traslada, sin dar tregua, al espectador por caminos polvorientos, fatídicos incendios y lagos negros en el cual se reflejan nubes borrosas como funesto presagio de un paraíso perdido.
Durante más de dos horas y media el espectador se internará en una historia que abarca desde finales del siglo XIX hasta la segunda mitad del XX, en la que se cuenta una vida de obstinación, odio, ambición , codicia, hipocresía, obsesiones, mentiras, humillación y venganza, de dos hombres sin principios, que se expresan como dos caras de una misa moneda. Una es la del minero terco y rudo, Daniel Plainwiew, devenido a especulador petrolero que forja su destino en base a la mentira, mezquindad y corrupción, pero que se irá autodestruyendo por la tenebrosidad de su codicia, su falta escrúpulo y de amor al prójimo, pero sobre todo por su soledad que busca mitigar con dólares y whisky. La otra es la de Paul/Eli, un fanático impostor que utiliza la buena fe de sus feligreses en la iglesia de la Tercera Revelación para dominarlos a través de fingidos estados de trance y así obtener suculentas utilidades. Vidas análogas en su acidez e impostura, en su desprecio por el otro y servilismo al dinero, en su posición mezcla de macho cabrío y primitiva ignorancia, sostenidas por una fe inquebrantable hacia sí mismos y el signo pesos.
En lo verbal también persiste la contrapartida entre protagonista y antagonista, con dos tácticas que dejan ver sus posturas cuando se desafían y colisionan. Diálogos escuetos, sólidos y directos descubren la sequedad del personaje de Daniel Day-Lewis, que por otra parte expresa más con los ojos que con las palabras, ya que con su mirada sombría y torva desprecia sin piedad a sus oponentes. A ésta acompaña su andar, torpe y funesto, que no presagia buenas intenciones para con los otros, incluyendo su familia. La actuación de Daniel Day-Lewis es más que excelente y merece un párrafo aparte. Es como sí el actor hubiera tomado cada átomo del personaje para llenarlo con su propia vitalidad, y cuyo resultado es una adecuación interesante en el cual persona-personaje, enajenados, caminaran sobre la invisible frontera que media entre el realismo cinematográfico y el espectáculo teatral. La tensión entre realismo y espectáculo recorre la película y rompe la superficie de la pantalla como una corriente submarina atrayente y peligrosa.
Su rival el reverendo Eli se explaya en farragosas y envolventes homilías y patéticas representaciones. La interpretación de este personaje, que se mueve como una serpiente en desierto, a cargo de Paul Dano pierde su brillo al caer en el estereotipo al componer a un ridículo ¿esquizofrénico? y maniático predicador.
El H.W que continúa con la parquedad de Plainwiew, su padre es quien sostiene la narración a través de un muy buen y dosificado trabajo del niño Dillon Freasier, para poder culminar con un final de fiesta excepcional, en el que no caerán ranas del cielo como en “Magnolia” , pero si habrá un duelo en una sala de juegos muy especial, un bowling, donde hay un solo bolo para ser barrido. La visión apocalíptica de Anderson una vez más se impone al llevar la maldad de sus personajes a un camino sin retorno.
Paul Thomas Anderson es un realizador que sabe cómo mantener atento al espectador al interrumpir el relato convencional para llevarlo al extrañamiento, la incertidumbre y confusión, muy al estilo del cine cuántico que se está manejando en la actualidad. El pensamiento borroso se perfila en la burla y silencio, pero especialmente a través de la minimalista y experimental banda sonora de Jonny Greenwood, guitarrista del grupo Radiohead, perfecta para desdoblar bellas imágenes en nauseabundas iconografías de desnudez narrativa y emocional. También es un realizador que consigue, sin proponerse entrar en el terreno de los western, en un filme anti-western, de extrema fuerza visual y con un duelo final que dejará sin aliento al espectador.
En su mezcla de ensayo sociocultural, cuestionamiento ideológico y visión apocalíptica, Petróleo Sangriento muestra como el sueño se transforma en pesadilla americana, y triunfa arrojando fuego y azufre para demostrar una vez más que el único Dios posible es el dinero, y ante el cual Daniel Plainwiew predica un nuevo Evangelio elíptico y controvertido.
Comparado Paul Thomas Anderson con Stanley Kubrick (Odisea 2001), Orson Wells (Citizen Kane, 1941), George Stevens (Gigante), John Huston (The Treasure of the Sierra Madre, 1948), utiliza los recursos de éstos para desarrollar su película: uso de la profundidad de campo, fotografías en claroscuro y juegos de iluminación, el notable uso de los movimientos cámara, pero sobre todo la mirada dl director como una narrador omnisciente que quiere contar la historia a su manera valiéndose de herramientas del picado y contrapicado, para demostrar que el poder y la ambición no ostentan un solo rostro. Pero toma también de Martin Scorsese sus conceptos de culpa y redención judeo-cristiana, el machismo y la violencia endémica en la sociedad estadounidense.
Es indudable que “Petróleo sangriento” posee un poco de todo de los magistrales directores, pero es innegable que el acto poético de un realizador no tiene pasado, en este caso las imágenes de Paul Thomas Anderson borran todo pasado para crear su propio universo sincrético. En este filme, inolvidable. Beatriz Iacoviello
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